Lo que devuelve el espejo (Articulo periodístico)
*UNA MADRE PIDE UN NUEVO DOCUMENTO PARA SU HIJA TRANS DE SEIS
AÑOS
Por: Mariana Carbajal
Fuente: Página 12
Fecha de publicación: 28-07-13
Nació varón junto a su mellizo.
Fuente: Página 12
Fecha de publicación: 28-07-13
Nació varón junto a su mellizo.
La mamá cuenta que ya al empezar a hablar se
identificó como niña. Y a los cuatro años se puso un nombre de nena.
En el
jardín aceptan su condición. Un equipo de psicólogos asiste a la familia y
acompaña el reclamo para lograr un nuevo DNI.
Lulú nació con genitales masculinos como su hermano mellizo y los padres le pusieron Manuel. Ahora, la madre cuenta qué pasó después.
Lulú nació con genitales masculinos como su hermano mellizo y los padres le pusieron Manuel. Ahora, la madre cuenta qué pasó después.
Desde que pudo
hablar, al año y medio de vida, dice que empezó a repetir: “Yo, nena”, “yo,
princesa”, y a ponerse ropa de ella y pedir muñecas para jugar.
“A los cuatro
años eligió un nombre femenino y pidió que la llamáramos así –relata–.
Nos dijo
que si no le decíamos así no nos iba a contestar.”
Hoy Lulú tiene seis años y
es una nena trans: vive con su mamá y su hermano en el conurbano bonaerense –el
papá los abandonó– y cursa preescolar en un jardín de infantes que respeta su
identidad.
Pero su mamá y los terapeutas que la acompañan plantean que necesita
un nuevo DNI acorde con su identidad de género.
“Es muy duro llevarla a una
guardia porque tiene 39 grados de fiebre y que la vean con dos colitas y
pollera, y en lugar de fijarse qué le pasa, la miren raro porque en el
documento tiene nombre y foto de varón”, dice a Página/12 la mamá de Lulú, de
39 años.
La Ley de Identidad de Género prevé un mecanismo en el caso de menores
de 14 años, pero en el Registro Civil de su municipio le dijeron que debía
recurrir a la Justicia. El equipo interdisciplinario que atiende a la niña y su
familia, y que encabeza la psicóloga Valeria Pavan, coordinadora del Area de
Salud de la Comunidad Homosexual Argentina –y asesora técnica del Programa de
Atención Integral para Personas Trans del Hospital Durand– coincide en la
necesidad que tiene Lulú de adquirir un nuevo DNI.
Ni Lulú ni
Manuel son los verdaderos nombres: fueron modificados para esta nota con el fin
de preservar su intimidad.
“El DNI es
importante porque es un espejo. Hoy ella no se reconoce en ese espejo. Cuando
uno tiene una imagen en la que se reconoce, encuentra armonía, coherencia. Si
usted se ve en el espejo y ve a Lita de Lázzari, por ejemplo, enloquece. No
tener ese espejo, para Lulú es terrible. Es una niña que está en riesgo”,
explicó a Página/12 el psiquiatra y psicoanalista Alfredo Grande, director
clínico de la Cooperativa de Trabajo en Salud Mental, que forma parte del grupo
de profesionales de la salud mental que atienden a la niña, a su hermanito y a
su mamá.
“Si bien
nosotros proponemos la despatologización de la identidad trans, no quiere decir
que no sea conflictiva la situación que enfrentan Lulú y su familia. No es
patológico pero es conflictivo. El mandato biológico y cultural es muy fuerte
para que una identidad por deseo se pueda imponer. El marco que le damos a la
atención terapéutica es sostener el deseo de Lulú”, señaló Grande (ver aparte).
La madre le
escribió una carta a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, para que la
ayude a obtener el documento para su hija. Como cualquier mamá que se enfrente
a una historia como la de Lulú, acumula angustia y desorientación. También para
el equipo terapéutico significa un desafío enorme. “El primer año para todo el
equipo que atiende a Lulú y a su familia fue muy angustiante porque no hay
referencias sobre casos similares”, dice Pavan.
El desafío
es ayudar a Lulú a crecer feliz. Son poquísimos los casos de niñas o niños
trans que se conocen en el mundo. Hace poco trascendió la batalla legal que
ganó una nena transgénero de 6 años, como Lulú, en Colorado, Estados Unidos,
para poder usar el baño de mujeres en su escuela. La madre de Lulú viene dando
distintas batallas. “Para la mamá ha sido una sobreexigencia brutal y lo sigue
siendo. Y además tiene una situación económica adversa”, apuntó el psiquiatra
Grande. Los terapeutas que atienden a Lulú, su hermanito y su mamá, lo hacen
gratuitamente. Además, desde la CHA la ayudan económicamente. Ella junta unos
pesos vendiendo comida que cocina en su casa y reparte en bicicleta. Su ex
marido no cumple con la cuota alimentaria desde diciembre. Y tampoco visita a
sus hijos. La mujer solicitó un subsidio en el municipio en el que vive, pero
no tuvo respuesta.
Entre las
batallas que dio, la primera fue entender qué le pasaba a Manuel. “Mi impresión
era que tenía mellizos, pero los dos tenían gustos opuestos”, contó a este
diario. “A los 18 meses, cuando empezó a hablar, me decía: ‘Yo nena, yo
princesa’. Quería tener el cabello largo y para simularlo se ponía trapos en la
cabeza, pedía que le compraran muñecas. Me pedía mis polleras, mi ropa, y se
las quería poner”, recuerda. “Yo pensé que era un juego”, dice. Peregrinó por
pediatras, neurólogos, psicólogos, buscando una respuesta. “Un psicólogo me
dijo que le faltaba presencia paterna, que le tenía que decir que era un nene,
que le sacara la ropa de mujer. Fue un desastre. Mi hija vivía destrozada. Se
escondía debajo de la cama, se ponía el cubrecestos del baño que tenía
puntillas como pollera y pasaba horas encerrada en el baño. Cuando le sacaba la
ropa femenina, yo sentía que le arrancaba la piel. No se imagina cómo lloraba.
Podía llorar horas. El papá no lo podía tolerar. Decía: ‘Yo no voy a tener un hijo
puto’. Y lo escondía cuando venían sus amigos. ¿Sabe con qué jugaba? Con un
lápiz rosa. Hasta que vi un documental de National Geographics de una nena
transgénero de Estados Unidos. Fue como si me pasara una topadora por encima.
Era la historia de mi hijo. Ahí entendí que era una nena trans, que su
identidad era la de una nena. Lloré veinte días. Y reaccioné. Me dije: si
quiere ser princesa, yo la voy a ayudar”, recuerda. “El complemento de ella
siempre fue su hermano mellizo, que sabía lo que ella quería: si teníamos que
comprarle un regalo y yo le preguntaba a él, me decía que le gustaban las
muñecas.”
Otra batalla
que tuvo que dar fue en el jardín de infantes al que mandó a los dos chicos
cuando cumplieron tres años, una institución privada en su barrio. Manuel
siempre estaba con las nenas. “Las otras mamás me decían: ‘Tu hijo es un
donjuán, siempre rodeado de nenas’. Les acariciaba el pelo, porque deseaba
tenerlo como ellas, largo, con hebillitas. Me decía que quería tener vagina,
que no quería tener pito. Yo no sabía cómo explicarle que era una nena
transexual. Un día me dijo: ‘Yo no soy un nene. Soy una nena y me llamo Lulú’.
Tenía cuatro años recién cumplidos. Fue la segunda topadora que me pasó por
encima. Ella solita se había elegido el nombre. ¿Sabe lo que es eso? Tenía pelo
cortito, ropa de varón. La psicóloga que la atendía en ese momento le imponía
una terapia correctiva de reafirmación del género masculino. Yo tenía miedo de
que se quisiera lastimar el pene. Se lo hundía hasta hacerlo desaparecer. Ni la
maestra ni la directora entendían. Yo no soportaba más verlo sufrir y cuando se
iba el papá, lo dejaba jugar con lo que quería”, cuenta la madre.
Ante ese
cuadro de “tanto dolor”, la mamá le regaló un traje de princesa y una peluca de
cotillón, que con el correr del tiempo quedó gastado de tanto uso. Fue hace dos
años, cuando Lulú tenía cuatro años. En ese momento, una tía suya llegó al
Programa de Atención Integral para Personas Trans del Hospital Durand y allí
ubicó a la psicóloga Valeria Pavan. Inmediatamente la contactó y la
especialista recibió a la mamá. En su consultorio, y luego de varias sesiones,
primero con los padres y luego con la niña, el equipo terapéutico descartó que
Lulú tuviera una “formación delirante” o una “personalidad psicótica”.
“Valeria me
dio una explicación, me dijo que era una nena trans, que tenía que dejarla
ser”, dice. De alguna forma, fue para ella tranquilizador. Lulú todavía tenía
fisonomía de varoncito. “Lulú es una niña con una capacidad arrasadora para
defender su identidad. Cuando llegaba al consultorio tenía carita triste. Cada
vez que entraba me decía si se podía cambiar y se ponía su traje de princesa,
ya gastado, y se transformaba, era como si reviviera, como si su vida empezara
a tener sentido. Y antes de irse, se cambiaba”, señala Pavan. En acuerdo con
los padres, y con el equipo interdisciplinario que empezó a atender al grupo
familiar, se decidió respetar la identidad elegida por Lulú y comenzó su
transición: ella decidió que fuera primero en la intimidad de su hogar porque
tenía miedo a las burlas del colegio. “No se incentivó nada. Fuimos escuchando
sus demandas: vestiditos, zapatitos de nena, la decoración de su cuarto,
toallas y sábanas de nena. Pero se le hacía complicado ir al jardín, se hacía
pis encima porque no quería ir al baño para que no le vean el pito. Ella
tampoco lo quiere ver. Finalmente, en 2012, antes de que empezaran las clases
fuimos junto con Marcelo Suntheim, de la CHA, a hablar con los directivos del
jardín, para que Lulú pudiera empezar ese año yendo ya como una nena. Nos
pidieron informes en el jardín, en el distrito escolar, e incluso hablamos con
asesores del Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires”, indicó
Pavan. “Lulú dejó de hacerse pis. Yo pensé que iba a tener vergüenza de ir como
nena al jardín. Pero entró como si se llevara el mundo por delante: fue muy
fuerte y muy doloroso para mí. Hay que tener un corazón enorme, el pecho de
acero”, dice la mamá, con la voz acongojada. Muchas veces, en estos años, se
encierra en su dormitorio y llora en soledad.
En el jardín
aceptaron a Lulú. Pero las madres de sus compañeritos no quisieron que sus
hijos fueran a jugar a su casa. Y algunos nenes preguntaban por qué Manuel iba
disfrazado de mujer.
“La gente es
muy de señalar. Vivo en el barrio hace 26 años. Muchos creen que soy una loca
que quería tener una parejita, y viste a un mellizo de varón y a otro de mujer.
Es muy difícil. Una mamá en el jardín me dijo por qué no me iba a vivir a otra
provincia y empezaba de cero. Yo le dije que no tenía por qué esconder a mi
hija, que no es un monstruo”, dice.
Finalmente,
la mamá y el equipo terapéutico consideraron que sería mejor cambiar a los dos
hermanitos a un jardín de infantes público (además, el papá dejó de pagar la
cuota del colegio a la que se había comprometido). Mañana, después del receso
de invierno, empezarán en la nueva escuela. También en este caso, Pavan y
Suntheim hablaron con los directivos. Dice la mujer que se encontraron con
mayor apertura frente a la historia de Lulú. Fue inscripto como Manuel, por
cuestiones legales, pero en las listas internas de la sala figurará como Lulú.
La CHA enviará un manual de buenas prácticas en caso de alumnos o alumnas
trans, que suelen usar cuando acompañan a adolescentes trans.
A pedido de
Lulú, un sector del dormitorio que comparte con su hermanito mellizo fue
redecorado: las sirenas son su personaje favorito. Como se entristecía cuando
veía que las muñecas que le regalaban no tenían pene, como ella, su mamá le
incorporó uno a cada una de sus barbies. Son barbies trans.
A mediados
del año pasado, los papás de Lulú concurrieron a la oficina del Registro Civil
de su distrito para tramitar un nuevo DNI para su hija. Lo reclamaron, según lo
que dice la Ley de Identidad de Género para el caso de menores de 14 años:
fueron ellos dos, Lulú y un abogado de la niña. Los citó un asesor de Incapaces
y les respondió que se lo negaban, por la edad de la niña, demasiado pequeña
para tomar decisiones de ese tipo. Les planteó que debían iniciar una demanda
judicial para que un juez decidiera. “El DNI que tiene no coincide con su
imagen. Lulú ahora tiene el pelo largo, y es una nena. Como se quedaron sin
obra social, porque su papá renunció al trabajo que tenía, la familia empezó a
recorrer el sistema público de salud. Cada vez que tiene que ir a una guardia,
se despliega una escena de sorpresa delante de la nena, porque en el DNI dice
Manuel. Uno piensa que cuando se es tan chico no se necesita usar el DNI, pero
no es así. Para ir a un hospital, para recibir una vacuna. Un nuevo DNI sería
para ella una reparación simbólica”, dice Pavan. “Mi hija tiene derecho de ir a
un lugar público y que le digan Lulú”, dice su mamá.
*Articulo agregado a la sección de educación sexual