Falta de retroalimentación, rendimiento y estrés: reflexiones para tiempos de incertidumbre

Semanas atrás, una revista de actualidad científica publicó un estudio llevado a cabo por la Universidad de Tel Aviv en el que participaron un grupo de estudiantes universitarios (Katzir et al, 2020). Básicamente, el estudio consistió en la resolución de una serie de ejercicios que se iban reiterando por bloques. La consigna advertía a los sujetos de estudio dos cosas: que debían evitar distracciones y, a la vez, que serían recompensados al finalizar la actividad.



Expuestos a la misma tarea, los estudiantes fueron divididos en dos grupos: uno recibía periódicamente información sobre los avances y los bloques que quedaban por resolver; el otro no recibió notificación alguna, desconociendo el tiempo en el que debían seguir trabajando.

Los investigadores no tardaron en advertir que el grupo que recibía información periódica logró mayor eficiencia y celeridad en la resolución de los ejercicios. Pudieron advertir incluso que tomaban menor cantidad de descansos al advertir la cercanía del final de la prueba.

La conclusión está a la vista: la cercanía del final de una tarea nos motiva al saber que luego podremos llevar a cabo otras actividades que resultan de nuestro agrado. La certeza nos permite, además, movilizar todas nuestras fuentes de energía para conseguir la meta prevista. Por el contrario, cuando nos encontramos exigidos y desconocemos los tiempos, tendemos a medir y repartir las fuerzas, comprometiendo nuestro rendimiento.

Es harto conocida la centralidad pedagógica de la comunicación permanente y la retroalimentación en cualquier instancia educativa. Sin embargo, y en tiempos de pandemia, la contundencia de estas conclusiones nos exhorta y requiere. No solo se trata de sostener las trayectorias educativas, tan vulnerables hoy en día: se trata también de resguardar nuestro oficio cuando las formas y los tiempos han mutado de manera drástica y el horizonte resulta incierto.

Nos resulta claro también que la escuela, y en particular los docentes, no debutan en escenarios turbulentos. La escuela aloja, en su vocación inclusiva –y con todo un camino por recorrer– diversidad de trayectorias y situaciones que le exigen de manera constante. Sin embargo, el nuevo régimen escolar que impone la pandemia amenaza las certezas que hemos construido y pone en jaque nuestros mecanismos de control… Bocatto di cardinale para el estrés – para precisar, el distrés - y en más de una ocasión, para el burnout.

La coyuntura nos expone de manera especial a diversos estresores sociales, entre ellos el estrés de rol, que entendemos por aquellas demandas persistentes que requieren reajustes durante periodos de tiempo prolongados, y las contrariedades cotidianas o pequeños eventos que saben alterar y solicitar modificaciones inmediatas en nuestras actividades diarias (Sandín, 2002). A esto se le suman demandas como la organización y convivencia familiar, el sostenimiento económico, las reformulaciones laborales, entre tantos otros.

Sabemos, asimismo, que el potencial del estresor dependerá de una apreciación personal, de la vulnerabilidad y las estrategias de afrontamiento con las que se cuente, tanto de manera personal, grupal o/y organizacional (Acosta Contreras y Burguillos Peña, 2014).

Toca aquí recordar que entendemos por estrés al conjunto de reacciones biológicas frente a cualquier estímulo adverso físico, mental o emocional, interno o externo, que tienden a alterar la homeostasia del organismo. Si estas reacciones de compensación son insuficientes o inadecuadas, pueden dar lugar a trastornos (Asociación Educar – Glosario). Sus manifestaciones son diversas y se reflejan no solo a nivel neurobiológico (incremento de niveles de cortisol), sino también funcional (insomnio, fatiga y dolores musculares) y psicológico-cognitivo (temor, ansiedad y un estado de “embotamiento” o alteración de nuestros procesos cognitivos habituales).

Los altos niveles de cortisol producidos por el estrés a largo plazo podrían causarle daño al hipocampo y afectar el aprendizaje y la memoria (Lupien, 1998). Y en situaciones menos drásticas, la activación emocional promueve manifestaciones en algunos aspectos del sistema inmune (Barra Almagiá, 2003).

La falta de referencias claras, de orientación y acompañamiento en tareas de alto nivel de demanda que a su vez se sostienen en el tiempo, resultan en muchos casos abrumadoras, promoviendo niveles de estrés. A su vez, la incidencia de diversidad de factores disuasivos o distractores –tan persistentes y que se presentan demandando urgencia– influyen fuertemente para apartarnos de las metas establecidas. ¿Cómo seguir adelante en este escenario? ¿Qué disposiciones tenemos a nuestro alcance para responder y rendir en nuestras tareas cotidianas? ¿Cuáles podemos promover en nuestro entorno?

Es menester trabajar en la construcción y fortalecimiento de factores protectores, entendiendo por esto aquellos aspectos de la persona, del entorno y la comunidad que favorecen el desarrollo, fortalecen las funciones ejecutivas y ofrecen herramientas para transitar circunstancias desfavorables. ¿De qué manera es esto posible?

Compartiremos a continuación algunas ideas para pensar juntos estas cuestiones:

  1. La incertidumbre, el desorden y los imprevistos están a la orden del día. Y sabemos que el cerebro adopta rápidamente una modalidad para encarar sus tareas, por lo que propiciar cambios e innovaciones que requieran de nuevos procesos y conexiones neuronales, con frecuencia, ofrece resistencia. Creemos importante, en pos de las metas establecidas –realistas–, forjar una agenda. Esto permite no solo el registro constante de la meta por alcanzar sino también el cuidado de la atención, como nos enseña el estudio al que nos hemos referido al inicio de este artículo. Sabemos que hay mucho de imprevisible, pero también que otro tanto está a nuestro alcance gestionarlo. Una modalidad que podemos propiciar sobre nosotros mismos y los ambientes en los que participamos.
  2. La ambigüedad en la comunicación, la ausencia de orientaciones, las promesas incumplidas, las demandas excesivas o sin un anclaje en propósitos claros, inciden de manera negativa en el ambiente de trabajo. Es importante dar señales de presencia con sistematización y frecuencia, ser modestos con las propuestas y compromisos, estimular la participación, saber celebrar los logros, ser agradecidos y, de nuevo, visualizar la meta común, brindando verdadera importancia a la participación de todos en su construcción. Sobre todo, si nos toca estar en lugares de conducción.
  3. El cultivo de emociones positivas suele ser un slogan para estos tiempos. Sin embargo, ¿de qué manera realmente forjarlas? Es menester no edulcorar esta cuestión: estos tiempos han sido de pérdidas y duelos, de impedimentos, de exigencias que en más de una oportunidad han tenido una elaboración muy ardua, incluso nula. ¿Cómo lidiar con el miedo y la ira, el dolor y la impotencia? ¿Cómo trabajar la empatía y la confianza, la paciencia con uno mismo y con quienes tengo cerca en estos contextos? Aunque parezca redundante hay siempre un primer paso: la disposición personal y comunitaria. Una decisión, una visualización, una conciencia que vela por el objetivo. Luego, y como canta el poeta, “se hace camino al andar”. Resulta central la identificación de la emoción (vs. su negación) y, a su vez, trabajar en el registro de situaciones agradables que nos conectan con nuestros afectos, nuestros gustos y nuestro potencial.
  4. Hacer un trabajo de jerarquización, recuperando lo que resulta prioritario e importante (distinguiéndolo de lo urgente), es también un excelente ejercicio para este cometido. Algunos cambios, por modestos que sean, pueden producir grandes beneficios en nuestra organización laboral y personal. Y en este contexto, considerar el casi ineludible surgimiento de inconvenientes nos permite recibir esos eventos con algo más, alguito al menos, de tolerancia al momento de dirigirnos hacia la meta prevista.
  5. En conexión con el punto anterior, vale recordar aquella frase que reza: “el orden engendra paz”. Orden también al momento de dar lugar a todo. Esto quiere decir resguardar tiempos para compartir y conversar, disfrutar de actividades de nuestro gusto e interés, dedicar un espacio en la semana para cultivar la mente y el espíritu. Implica también acortar los tiempos de exposición a las pantallas cuando nos resulte posible. Se vuelve especialmente difícil, pero de vital importancia en tiempos de fuerte demanda y exigencia.
  6. Para huir del estrés es importante también cuidar el descanso y el estado físico. Las rutinas saludables resguardan nuestra salud integral. Al respecto, un dato digno de mención, fruto de un relevamiento a escala nacional (Argentina), realizado entre el mes de abril y mayo del presente año (período de aislamiento con mayor homogeneización en todas las regiones del país), y llevado a cabo por investigadores de la Universidad Nacional de Córdoba, señaló un aumento en la frecuencia y la cantidad de consumo de sustancias psicoactivas (alcohol, marihuana, psicofármacos –con o sin receta– y nicotina). Estos datos indican que, más allá de las situaciones preexistentes, el confinamiento y las condiciones que este ha impuesto han incidido de manera notable en los niveles de ansiedad y malestar psíquico. Es importante atender estas cuestiones en nuestros propios consumos para evitar se vuelvan problemáticos y para abordar el estrés y la ansiedad con estrategias eficientes.
  7. En tiempos de distancia social y barbijo, nos toca salir entre todos. Nos resulta evidente, hoy más que nunca, no solo nuestra fragilidad sino también nuestra interdependencia. Recuperar y compartir lo que nos ha resultado eficaz es una forma de potenciar experiencias y proyectar nuevos horizontes. La pandemia puede ser ocasión de resignificar/reconstruir/revisar las redes de contención y apoyo.

Bibliografía:

  • Barra Almagiá, E. (2003). Influencia del estado emocional en la salud física. Terapia Psicológica, 21(1), 55-60.
  • Acosta Contreras, M., y Burguillos Peña, A. (2014). Estrés y burnout en profesores de primaria y secundaria de Huelva: las estrategias de afrontamiento como factor de protección. Revista INFAD de Psicología. International Journal of Developmental and Educational Psychology, 4(1), 303-310. https://doi.org/10.17060/ijodaep.2014.n1.v4.616
  • Katzir, M., Emanuel, A., & Liberman, N. (2020). Cognitive performance is enhanced if one knows when the task will end. Cognition, 197, 104189. https://doi.org/10.1016/j.cognition.2020.104189
  • Lupien, S. J., de Leon, M., de Santi, S., Convit, A., Tarshish, C., Nair, N. P., Thakur, M., McEwen, B. S., Hauger, R. L., & Meaney, M. J. (1998). Cortisol levels during human aging predict hippocampal atrophy and memory deficits. Nature Neuroscience, 1(1), 69–73. https://doi.org/10.1038/271
  • Sandín, B. (2003). El estrés: un análisis basado en el papel de los factores sociales. Revista Internacional de Psicología Clínica y de la Salud, 3 (1), 141-157. 
  • Serena, F., Colasanti, A., Santillán, A., y Gómez, R., (2020). Encuesta nacional sobre el consumo de sustancias psicoactivas en cuarentena. Unidad de Estudios Epidemiológicos en Salud Mental, Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Córdoba. Disponible en: https://unciencia.unc.edu.ar/psicologia/estudio-detecta-un-aumento-en-el...

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