Puentes entre la neurobiología y la didáctica


Abril 22, 2019
  

¿Cómo se atrae el aprendizaje del alumn@?

Sólo se puede educar si se es capaz de cautivar. Aquí tenemos la primera premisa: atraer al otro, poder sintonizar con él o con ella y a partir de aquí poder favorecer que acontezca el deseo.
La fuente de nuestro deseo por aprender radica en nuestras emociones, por esto el cerebro emocional tiene la clave para fomentar estas ganas de saber.
La curiosidad, la motivación y los deseos de aprender son esenciales en nuestra vida. Hacen que queramos salir de nuestras rutinas. Nos lleva a investigar, a buscar respuestas. ¡Qué nunca nos falte ese deseo de seguir descubriendo la vida!
Te presentamos a dopaniña (conocida por los neurocientíficos como dopamina) que es la molécula que aumenta nuestra motivación, placer y curiosidad.
Un contrato pedagógico
Hola, soy dopaniña, tal vez no me conocés, pero soy tus ganas de aprender, tus ganas de probar, de descubrir. Para ponerme un rostro me han dibujado como una niña porque l@s niñ@s son los que muestran más curiosidad. Lamentablemente, en el mundo de los adultos todo lo que suena a infantil es catalogado como de poco valor y desechado.
¡Cuánto se pierden los adultos haciendo silogismos tan simples!
¿Hacemos un trato?
Nosotros nos comprometemos a mostrarte un laberinto lleno de posibilidades y vos te comprometés a recorrerlo sin desanimarte en el intento. Sabiendo que el proceso para encontrar el camino es probar y, si nos equivocamos, lo volvemos a intentar.
¿Te animás?
¿Hacemos el trato?
¿Por qué no nos gusta hacer contratos? ¿Nos da miedo comprometernos con nuestro aprendizaje, responsabilizarnos de lo que aprendemos o de lo que dejamos de aprender?
Debemos recordar que la corteza prefrontal (justo detrás de la frente) piensa y reflexiona. Le llega información del mundo exterior y de tu mundo interno corporal.
Podemos decir que tenemos dentro de nuestro “laberinto” cerebral a la “Lámpara de Aladino”, cuando “frotamos” al pre-“frontal” (usando su capacidad de pensar) sale el “genio” y hace lo que le pedimos (según lo que pensemos) y así nos sentiremos y actuaremos.
¡Ojo con lo que pedimos! Porque eso será lo que consigamos.
Veamos un ejemplo de lo que pasaría si un niño tuviera una serie de pensamientos a lo largo de un día cualquiera:
Suena el despertador y piensa: ¡Qué horror, otro día más!
Acaba de “encender una bengala” en su cerebro, acaba de dar una “orden cerebral” que en milisegundos generará una cadena de acontecimientos: liberación de neurotransmisores, efectos musculares, cardiovasculares, respiratorios, hormonales, inmunológicos, emocionales, etc.
Con todo esto le costará más levantarse.
Además, sentirá sus efectos durante un rato hasta que se acabe la “bengala encendida”, es decir hasta que los neurotransmisores se vayan desactivando.
Este niño se levanta protestando: “¡Ufa, no quiero levantarme!”.
Acaba de procesar otro pensamiento, de encender otra bengala, aún tiene los efectos del primer pensamiento cuando ya vuelve a provocar otra cadena de acontecimientos parecida, esto hace que aumenten los mismos neurotransmisores negativos. Se sentirá peor y le costará aún más continuar.
Va al baño y al verse en el espejo dice: “¡Qué cara, cada día peor!”.
Otra vez provoca un pensamiento y una liberación de neurotransmisores que lo llevará a sentirse más triste, desanimado y cansado.
Después se mete en la ducha. Veamos la incongruencia que supone lavarse bien por fuera y llenarse de neurotransmisores “tóxicos” por dentro.
Mientras se “lava por fuera”, piensa: “No tengo memoria y además no me salen las cosas, soy un desastre.”.
Sigue generando pensamientos que aumentan neurotransmisores que producen emociones negativas. De esta manera es fácil que se enoje por cualquier tontería a lo largo del día y que tenga dificultades en el aprendizaje.
Si este comportamiento lo tuviese un solo día sería simplemente “un mal día”, le dejaría un mal recuerdo y poco a poco iría desapareciendo.
Pero, ¿qué te parece que pasaría si este niño repitiese día tras día estos mismos pensamientos? Lo que pasaría sería una maravillosa obra de ingeniería cerebral llamada aprendizaje.
Hay millones y millones de neuronas por todo tu cerebro esperando tus órdenes para aprender lo que quieras.
Las neuronas tienen miles de conexiones con otras neuronas para pasar información. Se comunican constantemente y estas conexiones se activan cuando las utilizás.
Si das una información nueva, al principio sólo recibís la descarga de neurotransmisores que provoquen cada pensamiento. Pero si lo repetís el tiempo suficiente comenzará esa maravillosa obra de ingeniería.
Al repetir una y otra vez llega el momento que “cruzás la línea necesaria de repetición” y eso significa simbólicamente que activaste el interruptor de “aprendizaje”. En tu cerebro existe un “interruptor” de aprendizaje que se activa con la repetición adecuada. Más adelante veremos cómo las emociones hacen que dicho interruptor sea más rápido y eficaz.
¿Qué significa que el interruptor de aprendizaje se activa? Que un grupo de neuronas comienzan a depositar la información que le estás dando, ya sea que no te gusta, o que creés que no sos capaz, palabras de un idioma nuevo o andar en bicicleta.
Reacciones primarias de los cerebros primitivos
La marcación de un territorio propio y su defensa
Esto nos proporciona más seguridad para la supervivencia. Los seres humanos tenemos esa conducta instintiva y podemos reaccionar de forma inconsciente como nuestros ancestros.
Si llego a una clase puedo tener el impulso, ni bien entro, de buscar mi territorio, mi zona personal, donde no quiero que se siente nadie porque es mi sitio, mi territorio. No orinamos en el asiento para marcarlo como hacen muchos animales pero lo hacemos de otro modo, dejando algún objeto personal.
Frecuentemente en una clase, cuando los alumnos salen al recreo, la mayoría vuelve a “su sitio”, marcado por los millones de años de comportamiento de nuestros ancestros.
¿Es malo hacerlo? Por supuesto que no. Solamente sería interesante reflexionar sobre estas conductas. ¿Para qué necesitaban el territorio nuestros ancestros?
Para poder defender la comida, el espacio y sentirse más seguros.
Pero si nunca me muevo de mi territorio y lo defiendo, tendré menos estimulación y veré siempre sólo un aspecto de la realidad. Esto me puede llevar a la rigidez. Además la corteza racional necesita cambios para poder aprender.
Si me siento siempre en el mismo asiento, siempre veré la misma zona desde la misma perspectiva y me relacionaré con las mismas personas.
¿Necesitamos en una clase protegernos y cuidar nuestro territorio realmente? No, no corremos ningún peligro (en realidad eso depende del docente), pero si no puedo evitar este impulso reaccionaré como mis ancestros en un lugar donde ya no es necesario aplicarlo y donde además cuento con nuevas estructuras cerebrales dotadas de neuroplasticidad y capaces de aprender.
Este mismo instinto nos lleva a peleas con mi vecino o con el hincha de otro equipo, o con el de la otra ciudad o provincia o país. ¿Cómo anda tu flexibilidad con el territorio?
A veces sólo podemos movernos dentro de un pequeño espacio conocido, nuestra “baldosa” personal, donde no queremos que nada cambie.
La manada
Un grupo de animales siempre ve como un peligro a otra manada porque puede quitarle la comida, las hembras, matar a sus crías, etc.
Llevamos impreso ese instinto y puede volverse en contra nuestro si no lo superamos.
¿Qué crees que pasaría si dos “manadas” de hinchas fanáticos de dos equipos de fútbol se encontraran?
Cuando un animal se encuentra con otro estudia a gran velocidad su cuerpo y su fuerza. Si cree que el otro es más fuerte se retira.
Pero si percibe que ambos están equilibrados comienza la “Danza de Lucha de Poder”, el cuerpo se estira (porque cuanto más grande más asusta), el tono de voz se eleva porque el gruñido asusta más, invade su territorio personal.
¿Cuántas situaciones que llamamos “comunicación” no son más que esta “danza de lucha de poder”?
Estimular las conductas primarias de manada y territorio es muy peligroso porque una vez desatada, si no reflexionamos a tiempo, nos puede arrastrar a una marea emocional que primero “muerde” y sólo después pregunta, a veces demasiado tarde.
Cuando generalizamos, haciendo entender que todas las personas de un mismo pueblo, religión, nacionalidad o sexo son iguales entre sí (y le atribuimos un defecto), al estilo de “Todas las mujeres son iguales”, tiende a crear dos manadas (hombres – mujeres, católicos – judíos, argentinos – uruguayos, etc.) con sus disputas eternas.
Una estructura fundamental en estas reacciones es la amígdala.
Se activan ante el peligro y disparan rápidamente que nos lleva a reacciones que no podemos controlar, que nos “pueden”. Digamos que en estos momentos nuestra capacidad racional “brilla por su ausencia”.

Páginación

Entradas populares